Erwina
Ziomkowska muestra a la prenda de vestir como algo
que en ocasiones se convierte en algo perjudicial o poco práctico en pro de las
modas en este sentido. La artista polaca trabaja con prendas y
complementos representativos de la feminidad (corsés, zapatos de tacón, ropa
interior, etcétera) revistiéndolos de una armadura de miles de alfileres que
perforan toda la superficie de las prendas y zapatos.
Con
ellas comunica visualmente el dolor que en ocasiones supone a las mujeres
intentar encajar en las definiciones sociales de belleza. Las cabezas de los
alfileres dan una apariencia brillante y agradable en la superficie pero, sin
embargo, en el interior, los miles de aceros punzantes hacen que las prendas
sean peligrosas e inservibles.
Esta
dialéctica creada entre la apariencia exterior y un interior amenazador
codifica en sus obras un tipo de perversión, donde lo simbólico se abre a
posibilidades extremas de interpretación que caminan entre el placer y el
dolor, lo femenino y lo punzante, la pasión y el martirio. Una ceremonia
sadomasoquista que puede localizar su atractivo entre la belleza y el
sufrimiento.